EFE
Cinco años después de estrenarse en el gobierno con la reanudación de relaciones con Venezuela, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, afronta la primera gran crisis con Caracas, que ha puesto a prueba su diplomacia y la capacidad de respuesta de organismos como la OEA y la Unasur.
Durante el tiempo que lleva en el poder, el mandatario colombiano ha sabido mantener el equilibrio en las siempre volátiles relaciones con Venezuela, primero con Hugo Chávez y luego con el sucesor de este, Nicolás Maduro, con quien ahora traba un pulso por la política fronteriza.
Colombia y Venezuela comparten una frontera de 2.219 kilómetros con una gran dinámica comercial y de circulación de personas, pero en la que también son palpables fenómenos que ponen en riesgo la buena vecindad, como el contrabando de gasolina y alimentos principalmente, el tráfico de drogas y la presencia de grupos armados ilegales.
Justamente con el argumento de combatir el contrabando y a supuestos paramilitares fue que Maduro ordenó el pasado 19 de agosto el cierre del paso fronterizo entre Cúcuta, Colombia y San Antonio del Táchira, Venezuela, decisión seguida por la deportación de al menos 1.088 colombianos mientras que otros 4.260 han optado por dejar ese país para no correr la misma suerte.
Esta decisión ha puesto a prueba la diplomacia de Santos y su pretendido liderazgo regional pues la indignación nacional provocada por las imágenes de centenares de colombianos pobres, de todas las edades, cruzando con sus enseres a cuestas el río Táchira, que divide ambos países, ha obligado al jefe de Estado a endurecer su discurso.
"Al Gobierno de Venezuela le exigimos respeto por todos los colombianos, desde los más humildes hasta los más poderosos", dijo Santos el martes, un día antes de que su canciller, María Ángela Holguín, se reuniera en Cartagena con su homóloga Delcy Rodríguez, una cita que el propio Santos consideró un fracaso.
El incumplimiento de los pocos acuerdos alcanzados, entre ellos permitir la entrada al defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, a Venezuela para tratar el tema de los deportados, llevó a Santos a convocar a su embajador en ese país, Ricardo Lozano, lo que confirmó el deterioro de la relación con Maduro, que también llamó a Caracas a su embajador, Iván Rincón.
Atrás quedaron los anuncios del 10 de agosto de 2010 cuando Santos, en un gesto inesperado tres días después de asumir la Presidencia, hizo las paces con Chávez y reanudó las relaciones con Venezuela, rotas por Caracas un mes antes, en las postrimerías del Gobierno de su antecesor, Álvaro Uribe.
En aquel entonces, Santos definió a Chávez como su "nuevo mejor amigo", un comentario que todavía le genera críticas habida cuenta de la desconfianza existente entre Bogotá y Caracas por el litigio limítrofe del golfo de Venezuela, incrementada en los últimos años por las denuncias de que en ese país reciben protección y albergue guerrilleros de las FARC y del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Chávez llegó incluso a advertir en 2010 que se podría "generar una guerra" en la región si Santos, que fue ministro de Defensa de Uribe, llegaba a la Presidencia, una profecía que el actual mandatario colombiano se encargó de desmontar nada más llegar al poder.
La luna de miel, primero con Chávez y luego con Maduro, se convirtió con los años en una relación tensa ya no tanto por los temas de seguridad fronteriza sino por la crisis económica de Venezuela de la que el gobernante de ese país culpa a Colombia por el contrabando, intentos infundados de desestabilización política y de debilitar al bolívar fuerte, su moneda.
De esta forma, la política de buen vecino que fue uno de los principios de Santos en su primer mandato, se pone por primera vez a prueba y obliga al mandatario colombiano a mostrar que tiene suficiente juego de cintura como para defender a sus compatriotas solo con diplomacia, sin entrar en conflictos de otro tipo.
En ese ejercicio, Santos ha recurrido a instancias como la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), con la esperanza de que esta vez sus buenos oficios ayuden a resolver la crisis con Venezuela y ambos organismos muestren que realmente tienen capacidad de respuesta a los desafíos regionales.
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