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Nunca como ahora, camarita, la casta regente se había dejado ver las costuras. Percibe sus debilidades como organización y reconoce su fragilidad como modelo político, económico y social. La dinastía roja huele su destino nefasto, como ha sido su gestión durante los 17 años de castro-chavismo. Por sus actitudes y acciones, no cabe duda, anticipa la caída.
El califato reconoce su vulnerabilidad. El “proceso” se marchita. Están conscientes. Se acabó la plata y terminó el amor que el soberano les tenía. Nada es eterno. No lo fue el inefable líder galáctico y tampoco lo será su peripatético proyecto estatista-autoritario. La caducidad arrastra consecuencias. Saltan a relucir sus angustias, sus miedos, su desazón, su amargura. Hay desconcierto en las filas rojas. Transmiten impaciencia. Afloran las discrepancias. La próxima confrontación electoral los puso en desbandada.
Aunque se empecinan en aparentar solidez y popularidad ya no les basta el ventajismo que (todavía) les permiten unos Poderes Públicos a sus servicios. Tampoco les resulta suficiente el uso abusivo de los recursos del Estado que derrochan en ideologización y proselitismo sin ningún control institucional. Asimismo les es improductivo el arsenal de medios de comunicación a sus servicios que utilizan alevosamente para denigrar, amedrentar y descalificar a sus oponentes. Ni les funcionan sus triquiñuelas distractivas como la guerra económica, el golpe seco, el magnicidio, el sabotaje de la oposición, la mano peluda, el paramiliarismo, la iguana, el pajarito, el imperio o el eje del mal Bogotá-Miami-Madrid. Hasta ahora han fracasado todos sus métodos para encender un sentimiento nacionalista de adhesión que contribuya a mantenerlos indefinidamente -como aspiran- en el poder.
Está demostrada la inviabilidad del “Socialismo del Siglo XXI” como modelo político, económico y social.Su aplicación en el país por parte de un gabinete militar-civil (deficiente en su desempeño) ha tenido funestas consecuencias. Particularmente en la industria petrolera y petroquímica, en las empresas básicas de Guayana, en las fábricas, comercios y tierras expropiadas y en los servicios públicos. Es decir, en todo lo que depende de la administración pública. Las consecuencias de ese modelo centralista, intervencionista y controlador se manifiestan en escasez, inflación, inseguridad, desempleo y otros males, lo cual ha generado malestar y rechazo hacia la gestión del gobierno revolucionario. Algunas encuestadoras lo ubican en 80%.
Temiendo lo peor (la derrota en las parlamentarias) el oficialismo saca las garras y apela a todo el ventajismo que le permite el ejercicio abusivo del poder para minimizar el castigo popular. De eso se trata la renovación adelantada del TSJ. En sus planes está prejubilar a 11 magistrados que deberían ser electos el año próximo por la nueva AN. Probablemente con mayoría opositora. De esta manera el chavismo pretende extender su control sobre el máximo tribunal del país para evitar, eventualmente, sentencias contrarias a sus intereses políticos.
Otra señal de temor es el afán de obligar a la alianza opositora (MUD) a firmar incondicionalmente (sin derecho a pataleo) un acta de respeto a los resultados que anunciará el CNE la noche del 6D.
El miedo es libre. El ventajismo es trampa.