Henry, ¿Vamos bien?/ Tal Cual / Simón García
Hasta quienes apoyan al Gobierno, reconocen que estamos mal. La crisis es un puñetazo a la cara de todos. Una tragedia pegajosa que nos va atrapando, mientras nos sepulta una destrucción cuyas consecuencias pueden observarse en múltiples señales. La pérdida de valores, el empobrecimiento social, la ruina de nuestras ciudades son algunas de ellas.
La reacción contundente del país contra esa situación se produjo el 6D. Ese día se abrió la transición. Nació un poder legislativo que dejó de ser coherente con el modelo económico e institucional del llamado socialismo del siglo XXI. Una contradicción que requiere ser resuelta en el marco constitucional.
Empoderados por la irrupción de una mayoría emergente, nutrida también con sectores que le retiraron su apoyo o decidieron castigar al Gobierno, el triunfo produjo la sensación de la inminencia del cambio. Pero el régimen se resiste y pone en juego el peso de su enorme burocracia, los recursos comunicacionales o los modos de pensar paralizantes. Hay que seguir construyendo, con inteligencia y esperanza, la victoria.
La conformación de nuevos equilibrios y relaciones de fuerza, la desesperación inducida por la amenaza de que la crisis nos alcance más fuertemente y las expectativas sobre un cambio rápido, está generando una presión sobre la Asamblea Nacional para que acelere los mecanismos que permitan al soberano decidir sobre si Maduro permanece o no en el poder. Es una actitud correcta.
Pero al reaccionar a esa presión conviene reflexionar en torno a cómo y en qué medida le corresponde a la Asamblea Nacional asumirla. El punto se vincula a una acertada definición del rol del parlamento para superar la crisis y a la voluntad de prefigurar en ella la buena institucionalidad, una que contribuya con una sociedad progresista de bienestar y de convivencia, de producción, justicia y compromisos solidarios con los más débiles y con las generaciones que nos sucederán.
¿Estamos en ese camino? ¿Vamos bien? El desempeño ha sido satisfactorio en estos dos primeros meses y se mantiene la luna de miel de la gente con la Asamblea. Pero algunas veces ha titilado una luz en el tablero y hay que verificar si es falta de contacto o un problema a corregir. Son varios los temas a examinar.
El primero es verificar las fronteras institucionales entre la Asamblea Nacional y los partidos, en vez de borrar sus límites como lo ha impuesto el oficialismo. Parece necesario separar funciones y ámbitos de acción entre la MUD y la AN.
El segundo es la combinación de la labor de oposición con una acentuada comprensión de acciones que muestren la voluntad de la AN de cooperar en la realización de fines de Estado, aún con este Gobierno que no los tiene.
El tercero, abordar la proyección de un nuevo liderazgo y su relación con la gente que los eligió. Este liderazgo debe resolver tres desafíos: elevar la calidad del discurso político; elevar la eficacia de su acción legislativa y elevar su capacidad de integración y convivencia entre los venezolanos.
Hay que restablecer la majestad del poder legislativo: una grandeza que sirva de fuente para una cultura de los ciudadanos, de aliciente a una política de ideas e ideales y de formulación de un proyecto alternativo de país. ¿Vamos bien?