El Estímulo
El 18 de febrero del año en curso, Ana María Perdomo, de 62 años, decidió ahorcarse en su residencia del barrio Tierra Adentro en Puerto La Cruz. La sobreviven sus dos hijos, Augusto, de 45 años, y Ángela, de 32, además de tres nietas de cuatro, nueve y 17 años.
Augusto encontró el cuerpo en la mañana, suspendido de una reconocible cabuya amarilla acordonada en el armazón del techo de cinc. “Nosotros no pudimos echarle platabanda a ese cuartico donde ella cosía, y mira para qué sirvió”. Ana María también ingirió el contenido de una caja de Alpram que reposaba en el chifonier sobre el cual se alzó para dejarse caer. Llevaba una bata azul y las uñas de los pies lucían rojas, como siempre. Augusto dice que no gritó ni lloró de inmediato. Recuerda un vacío como si le hubieran aplastado la cabeza y luego agradeció que fue él y no Ángela quien encontró el cuerpo.
“Sé que me caí, recuerdo que llegué al piso y saqué el celular. Llamé a mi compadre Luis, que es policía, y como en media hora llegó una patrulla con una ambulancia de los bomberos. Esa media hora duró una eternidad y yo no sabía si bajarla de ahí o salir corriendo. Qué extraño es que te interroguen mientras bajan el cuerpo de tu mamá. La cabuya estaba nueva, yo me pregunto si fue a la ferretería y la compró pensando en eso. Mamá era una mujer muy arrecha, no comía cuento. Me crió ella sola, ni se molestó en pedirle nada al papá mío, y para qué. Yo pienso que hay que ser muy arrecho para matarse, hay que tener las bolas que a mí me faltan, porque yo no te voy a mentir, con esto, hasta me provoca matarme también. Lo que pasa es que yo todavía tengo esa hija pequeña y tampoco puedo dejar sola a Ángela”.
“Desde 2014 nosotros tuvimos a una tía con cáncer de seno y movimos cielo y tierra para adquirir los medicamentos de la quimioterapia que aquí están desaparecidos. Algunas dosis de Cardioxane y de Abraxane se las compramos entre todos con un vecino colombiano que viajaba a Barranquilla. Tuvimos que recoger bastante plata para que pudiera pagar el pasaje de avión, porque ya no podía ir por tierra con la frontera cerrada. Mi mamá vio de cerca el padecimiento de Josefina, su hermana de crianza, saltando entre la Unidad de Mastología y la Unidad Oncológica Klever Ramírez Roja, que son unos peladeros de chivos, entre equipos malos, cero reactivos y la cola de gente esperando a ver si llegan las medicinas. Nosotros hasta nos montamos en los autobuses recogiendo plata y mamá vendió tortas e hizo rifas. En todo momento se mostró optimista y colaboradora, pero en los últimos meses creo que también se deprimió. Josefina estaba cansada y le decía a todo el mundo que quería morirse ya. Aquello fue deprimente para todos”.
Augusto tampoco quería difundir la nota de despedida de su madre. “Yo no sé si guardar ese papel o botarlo. ¿Qué harías tú? Yo ya no sé cómo comportarme. ¿Tú crees que debería ir a un médico? ¿Tú crees que esto se va a arreglar?”.
Esa es la gran pregunta: ¿qué hará el país con los escombros que la actual situación deja a su paso? El país tiene una cuenta regresiva que asusta.
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