A pesar de que nunca lo creí posible, las ausencias llegaron a mi familia. De un día para otro, la mesa estaba constituida por sillas vacías y una comida para dos. Las habitaciones silenciosas… Las calles donde quedan las casas vacías de aquellos familiares que partieron, pasaron a ser capítulos cerrados. Casas a las que ni siquiera podre entrar a recordar y aferrarme a un recuerdo de los momentos vividos en ellas. Cada vez que paso por estos lugares, ese frío y lejano recuerdo de mis familiares que, ahora se han ido, me invade la mente.
Como todo viaje a Maiquetía, no importa la hora que sea, la nostalgia invade el ambiente y lo torna silencioso. Esos últimos momentos juntos, el lapso entre la autopista y el aeropuerto, nuestros últimos momentos felices. Solo deseaba que la autopista se hiciese más larga para poder compartir más tiempo contigo porque sabía que al tocar la obra de Cruz Díez ya las lágrimas habrían invadido mi cuerpo… Cómo olvidar ese último abrazo cargado de nostalgia y ganas de nunca soltarte de nuevo, en donde las lágrimas no tienen dueño y, se unen en dolor colectivo de millones de familias venezolanas que esta navidad estarán incompletas…
A pesar de la felicidad que pueda darme el saber que mis familiares están seguros y que podrán construir un hogar sustentable a base a su trabajo honesto y constante, sigo viendo los días grises. Sigo extrañando cada momento que compartimos y añorando poder construir nuevos momentos juntos, a la espera de ese mensaje o llamada que anuncie un reencuentro. Mientras tanto, tendré que aceptar que las navidades no volverán a ser aquellas alegres e iluminadas cenas, donde el calor familiar predominaba acompañado de una orquesta sonora de risas y deseos.
Mientras continuare disfrutando de los recuerdos hasta que llegue el día en el que podamos unir nuestros caminos de nuevo pero, en una Venezuela de bienvenidas y reencuentros, donde soñar no sea un delito, donde el futuro y el éxito no sean una utopía para la mayoría.