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En efecto, las lágrimas contienen una proteína que, solidificada bajo forma de cristal, logra transformar la energía mecánica (ejercida por ejemplo a través de la presión) en energía eléctrica, como hace el más conocido material piezoeléctrico, el cuarzo.
Presente también en la saliva, la leche y en las claras de huevo, esta molécula biológica podrá abrir el camino a nuevas aplicaciones, por ejemplo para controlar la liberación de fármacos en el organismo o para producir recubrimientos especiales electro-activos que protejan a las prótesis de las infecciones. Así lo demuestra un estudio publicado en el Applied Physics Letters de la universidad irlandesa de Limerick. "Los cristales -explicó el coordinador del grupo de investigación, Tofail Syed- son los estándares de referencia para medir la piezoelectricidad de los materiales no biológicos", usados por ejemplo en los sonares o en los aparatos de ultrasonidos por imágenes.
"Nuestro grupo -continuó el experto- demostró que la misma aproximación puede ser usada para verificar este efecto también en biología".
Se trata de una verdadera novedad. Hasta ahora se probó para entender la piezoelectricidad en biología el uso de complejas estructuras jerárquicas como tejidos, células y polipéptidos, en lugar de indagar en los más simples ladrillos fundamentales. Este cambio de paradigma llevó a los investigadores irlandeses a estudiar el lisozima, una proteína muy común que acelera particulares reacciones biológicas, actuando como enzima.
"La estructura de los cristales de lisozima es conocida en alta definición desde 1965", recordó el co-autor del estudio, Tewfik Soulimane. "En efecto fue la segunda estructura proteica y la primera estructura enzimática en ser resuelta, pero nosotros fuimos los primeros en usar estos cristales para obtener las pruebas de su piezoelectricidad", indicó.
Con información de ANSA
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