Miles de trabajadores de la petrolera estatal venezolana están huyendo de esta y abandonan así empleos alguna vez codiciados, que ahora perdieron su valor debido a que el país enfrenta la peor inflación de todo el mundo. Y esa fuga de empleados diluye las posibilidades de que la nación tenga con qué frenar su prolongado declive económico.
Además, los empleados petroleros desesperados y los delincuentes han robado equipo clave, vehículos, bombas y cables de cobre de la petrolera: se han llevado lo que pueden para intentar ganar dinero. Esta hemorragia conjunta, de gente y de equipo, ha dejado aún más incapacitada a una empresa que lleva años tambaleándose, pero que también sigue siendo la fuente de ingresos más importante del país.
Aunque Maduro ejerce un férreo control sobre el país, Venezuela está postrada en cuestión económica, rendida por la hiperinflación y los antecedentes de malos manejos. Hay hambre generalizada, conflictos políticos, una devastadora escasez de medicamentos que junto con el éxodo de más de un millón de personas en los años recientes han llevado al país —alguna vez la envidia económica de muchos de sus vecinos— a una crisis que se desborda de sus fronteras.
Si es que Maduro logra encontrar cómo salir de este caos, la llave sería el petróleo, prácticamente la única fuente sólida para respaldar la moneda en esta nación que tiene las reservas petroleras comprobadas más grandes del mundo.
No obstante, mes tras mes Venezuela produce menos petróleo.
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