El 6 de diciembre de 1998 fue electo presidente de Venezuela el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Su impronta, la de un rebelde dispuesto a todo por la salvación de su país de una clase política corrupta y malcriada por las mieles del petróleo, hoy apenas resiste los análisis.
La frialdad que otorga el tiempo se descalabra ante el legado que dejó el resultado de esa votación, abrazada casi con devoción por la mayoría de los venezolanos quienes –sin saberlo– cerraban el paréntesis de la democracia.
Desde muy pronto lo excepcional forjó su estilo y decisiones como gobernante. Lo propio ocurrió con su movimiento, el chavismo, cuyo nacimiento muchos ubican el 4 de febrero de 1992, cuando Chávez asumió el fracaso del golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez, pero fue un día como hoy, hace 20 años, que Chávez se hizo gobierno y pulsó el botón que paralizó el bipartidismo en Venezuela y las instituciones como se conocían hasta entonces en este país.
Su primera gran promesa, cambiar el modelo político a través de un cambio de Constitución se puso en marcha muy pronto. El resultado en sus páginas fue la refundación de una Venezuela que se convirtió en ‘República bolivariana’, integrada por cinco poderes públicos y de letra muy avanzada en materia de derechos humanos, pero que fuera de ellas comenzó a galopar con conceptos como “alianza cívico militar” y “cúpulas podridas”.
Con el primero, el nuevo mandatario desdibujó las fronteras de la participación militar en la política. Con el segundo se organizó lo que sería una lista interminable de enemigos: los partidos tradicionales, la clase empresarial, la Iglesia, los medios de comunicación. La retórica del tablero de juegos se apropió de la política nacional pero no como un ajedrez tradicional. El rey estaba dispuesto a moverse más allá de la casilla próxima, y así hizo todas sus jugadas.
El resultado inmediato tuvo algunos altos. No fue poca su audacia para fortalecer a la OPEP, lo que reflotó el mercado petrolero en un esfuerzo conjunto que rescató los precios del crudo. La nueva oleada de recursos, de la mano de su Presidencia, de discurso sensible y cercano a los desposeídos, contagiaba de optimismo.
Pero el chavismo, como su presidente, no pudo ocultar las costuras reales de su incuestionable liderazgo: fue ineficiente en la administración de la riqueza y se abocó a la concentración del poder político. A la postre, 20 años de chavismo dejaron a Venezuela en una ruina estructural.
“Todo lo que pudo haber logrado Chávez en materia socioeconómica no tuvo continuidad ni pudo sostenerse porque fue una distribución coyuntural de los recursos. Fue como una espuma, una burbuja generada por la vía de un modelo económico clientelar que él creó”, advierte el politólogo y profesor universitario, Luis Salamanca. “De eso no quedó nada. El modelo chavista no fortaleció las capacidades estructurales de la población para salir de la pobreza, nunca trascendió del populismo distributivo”.
Con información de El Tiempo
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