“Yo soy venezolana y no puedes esperar que respete las reglas”. Con estas soberbias y provocadoras palabras, respondió una mujer a un miembro de la junta vecinal en una ciudadela con acceso controlado en Aventura, cuando este la conminó a cumplir las normas de la nueva urbanización.
Muchos propietarios venezolanos en la vecindad han reaccionado similarmente –con insultos, amenazas y soplos de superioridad– cuando se les ha pedido acatar el orden público que atañe la convivencia.
En otra zona de Miami, una empleada doméstica experimentó el mismo sinsabor. Había terminado de limpiar una enorme vivienda y, al salir, la dueña exigió más, sin incrementar el pago.
–Ahora hay que limpiar los exteriores de la casa.
–Disculpe señora, pero ese es un trabajo para otro día entero.
–En Venezuela, las criadas trabajan mucho más y ganan mucho menos.
El traslado de Venezuela a Miami de actitudes ofensivas y conductas prepotentes; de lenguaje soez e inapropiado; de expectativas inmediatas y sentimientos reactivos a las acciones del prójimo –todo ello fomentado por la anarquía y el caos social devenidos del chavismo– se están haciendo cada día más evidentes, lo cual ha suscitado vehementes condenas, no solo entre la población en general, sino en el seno de la propia comunidad venezolana, cuya imagen pública es lastimada.
Especialmente entre sectores de la clase social que forjó fortunas por vínculos con la cleptocracia del régimen de Caracas o que ayudó a la boligurguesía a agrandar sus capitales en Estados Unidos, y ostenta de manera casi brutal su patrimonio forrado en plata, el método del descrédito y el ataque insolente, es el modus vivendi. Pretenden implantar un estilo vida incompatible con el de la sociedad de acogida.
Esta alarmante tendencia de integración social en el trato altanero y desconsiderado es uno de los retos que afronta el exilio venezolano en la absorción de una minoría de nuevos inmigrantes influenciados por el clima de intolerancia y la actitud autoritaria del gobierno. Se acomodaron a un sistema de defensa personal para sobrevivir a la anarquía, el sobresalto, la inseguridad, la crisis institucional y el atropello de las leyes prevalecientes en el país sudamericano.
Son múltiples las consecuencias en el Sur de Florida, una sociedad multicultural habituada ya a las fricciones entre grupos nacionales y étnicos. Primero afloran los conflictos en la coexistencia con ciudadanos que intentan ser respetuosos y vivir en armonía sin colarse en las filas, preservando las áreas comunes, acatando los reglamentos de tránsito y evitando humillar a quienes les proveen servicios.
En segundo lugar, propulsa la fragmentación de las organizaciones comunitarias y las rencillas entre sus líderes por intereses políticos, agendas particulares y la ambición desmedida de protagonismo mediático y de poder. Asimismo, despuntan las demandas en los tribunales, la extorsión económica, la difamación y las estafas entre compatriotas, incluso en asuntos tan delicados como los casos de inmigración.
Varias columnas firmadas por esta pluma han ensalzado los valores, los principios morales, la vocación de servicio, los atributos profesionales, las aspiraciones y las contribuciones de la colectividad venezolana a esta tierra pródiga y generosa. Mas no es bueno cegarse por el caudal de los resplandores de dichas virtudes. Para mantener almas firmes en la verdad y humildes; manos fraternas y amables; mentes en un estado creativo de conciencia; corazones esperanzados en un porvenir de paz, también hace falta reconocer las debilidades y los defectos –y con urgencia superarlos, sin vacilaciones ni temores a un juicio crítico valorativo.
No seríamos objetivos si no señaláramos la existencia de problemas álgidos en la adaptación de nuevos inmigrantes. Durante décadas, a menudo los venezolanos en Miami han puesto en alto el nombre de la patria de sus raíces que aún hoy ocupa un sitial de primer orden en la identidad cultural y la memoria vivencial; en las costumbres de honda raigambre en el alma popular. Es una tradición que merece ser continuada por aquellos que aquí hallan caminos de éxito, de trabajo, de prosperidad y de lucha cementados por sus antecesores.
En medio de las inmensas dificultades presentadas en el momento de recomenzar de cero, en el intento por encajar en una cultura diferente, las tentaciones ilusorias de un consumismo materialista se robustecen. Creemos que el poder adquisitivo todo lo compra; que para triunfar es necesario aplastar al otro; que la astucia nos hace mejores, características arrastradas desde mucho antes del chavismo, pero por este agravadas.
Los desequilibrios sociales, los excesos, la creación de un nuevo orden y el manejo autoritario del poder a lo largo de más de cinco lustros del socialismo del siglo XXI, han inflamado el odio de clases, el resentimiento, la violencia, la división y el descarrilamiento de un tren llamado progreso. Sin embargo, millones de compatriotas en el suelo nacional y en el exilio luchan por rescatar la humanidad secuestrada por la maldad.
Los sagrados valores humanos, como la solidaridad, el respeto por las diferencias y las normas, y la cooperación mutua, deben mantenerse vigentes a toda costa en Miami. Solo hace falta la voluntad personal de ser uno bueno hoy –y aún mejor mañana.
Con información de El Nuevo Herald